En febrero de 1917 se inician las revueltas contra el zar Nicolás II y la conformación de los primeros soviets por toda la antigua Rusia: primero en Petrogrado, luego en Moscú, después en el resto de oblasts. Lenin recibe la noticia con un gran entusiasmo desde su exilio en Zúrich. Decide regresar a Petrogrado y para ello Fritz Platten, secretario del Partido Socialdemócrata suizo, negocia con el káiser Guillermo II una ruta segura en un tren con derecho de extraterritorialidad que ha de cruzar toda Alemania –y que más tarde se conocerá como “el tren sellado”–.
A cambio de la promesa de Lenin de detener la guerra de Rusia contra Alemania si la revolución triunfa, el káiser garantizó que “el tren sellado” no fuera registrado por las autoridades prusianas y que la identidad de sus 32 tripulantes se mantuviese protegida.
Finalmente, el 16 de abril de 1917, Lenin llega junto a Grigori Zinóviev a la la estación Finlyandsky de Petrogrado para liderar las revueltas. Lo hace ataviado con un bombín y abrazado a un gran ramo de flores. Sin embargo, en algún momento, su secretario (o quizá el propio Zinóviev) se percata de que Lenin es el único que lleva bombín –un look que seguramente no funciona demasiado bien para arengar a las masas proletarias–, y le insta a que lo cambie por la más que conocida gorra de pintor, con la que aparecerá retratado en numerosas pinturas oficialistas. A partir de ese momento, Lenin abandona su tradicional bombín burgués usado en el exilio en pro de una representación iconográfica de líder mucho más épica y obrerista.